· Capitulo 3.
| Narra Beth |
El pasillo
del instituto se me hace inmensamente largo. Esquivo a algún que otro alumno de
la ESO, y llego hasta mi taquilla. Dejo los libros allí, y cierro de un portazo
sacando mi pequeña mochila de cuerdas. El móvil, los auriculares, el tabaco,
mechero, llaves de casa y mi monedero.
Después sigo
caminando hasta la puerta principal donde están Jade, y los demás. No conozco a
nadie, y las manos me empiezan a sudar.
-¡Beth! —grita Jade.
-¿Qué
pasa? —carcajeo y camino hasta ella.
-¿Qué
tal el primer día de clase? —dice mientras saca una cigarrillo rubio de la
cajetilla y lo prende con el mechero.
-¡Fatal!
Me he sentido un bicho raro—digo mientras hago lo mismo que acaba de hacer Jade hace dos segundos.
-Nos
vamos a las cervezas, ¿te vienes?
-Espera
un momento.
Camino
entre la gente buscando a mi hermano pequeño, y al final consigo verle al fondo
del todo con un grupo de chicos y chicas. Decidida, le agarro el brazo y le
saco del corro en el que está.
-¡Me
has hecho daño! —dice quejándose.
Esto
provoca una sonrisa en mi boca, y una enorme carcajada.
-¿De
qué te ríes? —dice haciéndose el indignado. —Bueno, mejor dicho ¿qué quieres
Beth? —dice ahora riendo el también contagiado con mi risa.
-Me
voy de cervezas con mis amigos, Ed. —digo dándole cinco euros—Si te pregunta
por mí papá, tu no me has visto ¿vale?
-Está
bien—dice guardándose el dinero.
-¡Gracias
canijo!
Y
removiéndole el pelo de un lado a otro vuelvo hasta donde están mis amigos.
Jade me mira alegre, y yo me limito a sonreír.
-¡Chicos!
—dice Jade gritando.
-¿Qué
quieres pesada? —dice un castaño de ojos claros.
-Os
quiero presentar a una amiga—dice Jade tirando de mi hacia adelante.
-¿Una
de tus amigas especiales? —dice ahora un moreno con ojos oscuros.
-¡Cállate,
estúpido! —grita Jade.
-¡Chicas!
—grita ahora un moreno de ojos negros.
-¡Ya
vamos! —dicen las cuatro al unísono.
Las
chicas se acercan hasta donde estamos nosotros. Empiezo a sentirme un poco
pérdida en lo que están hablando, y no entiendo nada de ‘amigas especiales’, ¿a
qué están jugando?¿por qué Jade se ha puesto tan nerviosa? Estoy pérdida,
¿dónde cojones me he metido?
Jade
se pone a mi lado, y las chicas forman un círculo junto con los chicos. Sonrío
nerviosa. Y las típicas preguntas llenan mi cabeza, no sé si les caeré bien, no
sé si les agradará que yo me haya acoplado de tal manera. Las manos me sudan, y
las piernas me tiemblan, incluso estoy empezando a ver algo borroso, ¡tierra
trágame!
-Ella
es Beth, Beth Nelson—dice Jade a los demás—Llegó aquí hace tres meses, y un día
por casualidad me encontré con ella—ríe.
-¡Encantada!
—Dice una rubia de ojos oscuros—Mi nombre es Lucie.
-Yo
soy Sam—dice ahora una morena con los ojos enormes y grises y una amplia
sonrisa llena de alambres.
-Yo
Bella, y ella de allí Clarie—dice la castaña con mechas de colores y ojos
verdes haciendo referencia a la morena de ojos negros.
-Y
estos son Ryan, Chaz, y Peter—dice un rubio de ojos castaños claros—Y yo soy
Bart.
-Y
yo Bryan dice el castaño de ojos grises.
Sonrio
y me acerco a ellos para darles dos besos. El último de ellos me ha llamado la
atención, no es cómo los demás. El bajito y no es el típico tío que te fijarías
en una discoteca, ya que no tiene músculos y es un tío de los más normal.
[…]
Son
las siete y media de la tarde. Sigo aquí en un bar de la calle principal de
Ohio bebiendo cerveza, mi móvil no deja de sonar y es el estúpido de mi padre, es
lo más pesado y agobiante del mundo. ¿Nunca os ha pasado que cuando os habla
una persona os sentís agobiados al momento? A mí me pasa día a día desde que
llegué a Ohio, y siempre es la misma persona, mi padre. Me sigue en cada paso
que doy intentando recuperar el tiempo que perdió conmigo cuando se fue de casa
dejándonos solos. Se cree que tiene todo el derecho del mundo a estar encima de
mí porque en un simple papel ponga que es mi padre y mi responsable. Tengo
dieciocho años, y no tengo porque dar explicaciones a nadie, solo le pido que
me deje vivir día tras día, pero a él no le importa.
Salimos
del bar. Hace un frío de la hostia debido a que el otoño ya está encima nuestra.
La gente camina con una chaqueta fina, pero que abrigue, y llevan algo caliente
en sus manos. Ya es casi de noche, y el alcohol anda por el cuerpo de todos,
incluso diría que estamos bastante afectados, hemos perdido la cuenta de los
bares que hemos recorrido y también la cuenta de las cervezas que nos hemos
podido beber. Río irónicamente pensando en la que me va a caer cuando llegue a
casa, y la de tonterías que tendré que escuchar, por eso mismo no quiero irme a
casa y me pasaría de bar en bar hasta la una de la madrugada que todos se hayan
ido a dormir.
Los
chicos ponen camino a casa y se van separando al final, solo quedamos, Jade,
Peter, Bryan, Chaz y yo. El cuerpo me pesa, y la cabeza me va a explotar, no
puedo dejar de reírme. El alcohol sigue en mi cuerpo, y sus efectos son claves.
-¡Hasta
mañana! —dicen Jade, Peter y Bryan al unísono.
Me
despido de ellos con un beso en la mejilla, y un hasta mañana y la sonrisa más
sincera. Realmente, pensé que todo esto iba a ser peor, que iba a ser cómo siempre,
que no encajaría por ser el bicho raro con pinta de malota que saca buenas
notas, pero no, ellos son distintos a los demás.
-¡Hasta
mañana, capullos! —dice Chaz.
El
silencio se apodera del camino, Chaz no articula palabra y yo mucho menos.
Realmente, la vergüenza corre por mi espina dorsal y mis mofletes cogen un
color cálido, algo parecido al rojo. No sé si será el frío, o la vergüenza que
me da caminar al lado de un tío que acabo de conocer.
-¿En
qué piensas? —dice Chaz dándole una calada a su cigarrillo rubio. Está
realmente sexy, y es realmente guapo.
Muerdo
mi mejilla por dentro, y sonrío.
-En
nada—río—o eso creo—digo haciendo el mismo gesto extraño que él.
-¿No
sabes en qué piensas? —dice haciendo una mueca bastante graciosa.
-En
realidad sí—digo escondiendo mi cara entre mis manos—pero no creo que quieras
saberlo—digo en un tono divertido.
¿Qué
cojones está diciendo Beth? El alcohol está hablando por ti, y seguro que
mañana no querrás recordar todo esto.
-Quizás
piensas lo mismo que yo—dice él parándose en seco.
-Pues
no sé—digo parándome yo también—de momento no leo mentes ni nada por el estilo,
y tampoco tengo telepatía—vacilo.
-Deberías
aprender, sería realmente curioso—vacila el por encima de mí.
-No
creo que fuese bueno, la verdad.
-Yo
creo que sí—dice acercándose más a mí y rompiendo la poca distancia que había
entre nosotros—ahora mismo sabrías lo que estoy pensando.
-No
hace falta tener telepatía para saber lo que piensas, Somers—digo en un tono
burlón—tu ojos y tu miembro hablan por sí solos—carcajeo.
-¿Y
que pienso? —dice desafiante.
-Ahora
mismo estás pensando en las maravillas que podrías hacerme si tuvieses una
cama, pero como no la tienes en ponerme a cuatro patas detrás de ese arbusto y
hacerme gritar tu nombre cómo una loca, mientras me besas apasionadamente—comienzo
a reír—¡Qué pena que no vaya a pasar! —vacilo de nuevo.
-¡Chica
lista!
-Lista,
pero no fácil.
Doy
la conversación por terminada y sigo caminando. Siento cómo sus dos ojos
oscuros se clavan en mi trasero mientras camino, suelto una sonrisa tímida y a
la vez mi corazón va a unas tres mil pulsaciones por segundo. Es la primera que
un tío se interesa por mí después de saber que soy una empollona con una
fachada de tía mala.
-¿No
me esperas?
-Date
prisa, Somers—digo mientras hago un gesto con mi mano—pero ten cuidado al
venir, no vaya ser que te resbales con la baba que vas soltando—río de nuevo.
[…]
El
camino a casa se está haciendo eterno. Chaz va caminando por detrás de mí y diciéndome
cosas que realmente prefiero no escuchar. Mi móvil suena de nuevo, y es mi
padre. Miro el reloj, y son las ocho y media de la tarde, cómo ha pasado el
tiempo. Me paro en seco, y cuando le voy a coger siento cómo unas manos se
acoplan en mi cintura, encajando de manera perfecta como si estuviésemos hablando
de un puzle de dos mil piezas distintas. Sonrio al sentir su cálido aliento en
mi nuca, y cierro los ojos sintiéndome especial por un momento, aunque todo
esto se a causa del maldito alcohol.
Me
giro y me quedo mirándole fijamente, él sonríe y recoge un mechón del flequillo
que se ha escapado de la coleta poniéndolo detrás de mí oreja. Ante el tacto de
su piel caliente, mi piel se eriza y siento un cosquilleo recorrer mi cuerpo,
estoy caliente. Más caliente que el mango de un cazo ahora mismo. Acopla sus
manos en mis mejillas, y poco a poco se va acercando a mí rompiendo los límites
de distancia que yo misma había marcado, pero que me ha sido inútil. Y presiona
sus gruesos labios de color rosado junto a los míos, un beso casto. Se separa
de mí y sonríe, yo hago lo mismo.
-Mi
móvil está sonando—digo intentando escapar de la situación.
-También
sonaba antes y no has quitado—dice astuto.
-Me
has pillado—río.
Se
queda clisado en mis ojos, y yo río ante la cara de idiota que está poniendo, y
vuelve a repetir el mismo proceso. El lucha contra mi boca, para poder
juguetear con su lengua y la mía, pero no se lo pongo nada fácil, ríe en mi
boca y yo en la suya, y aprovecha ese momento para introducir su lengua en mi
boca. Nuestras lenguas juguetean, y así un minuto y medio. Se separa de mí para
coger aire, pero me coge desprevenida y vuelve a hacer lo mismo.
[…]
-¡Hasta
mañana, Beth! —dice mientras se despide de mí y poco después deja un beso mojado
en mi cuello.
-¡Hasta
mañana, Chaz! —digo dándole con la mano.
Busco
en mi bolso las llaves de casa, y no las encuentro. ¡Genial, Beth! Ahora
tendrás que llamar al timbre, o escalar por la pared como tal koala para poder
entrar sin que te pille tu padre. Y esto me pasa por dejarme las llaves dentro
de la taquilla.
Camino
con cuidado, intentar hace el mínimo ruido posible para entrar por la ventana
de atrás. Hay unos palés de madera colocados uno encima de otro, y con cuidado
los cojo para montar una escalera. Coloco uno sobre otro, y cuando miro la
altura que hay rezo para no caerme y matarme, y lo consigo. ¡Estoy dentro!
Asomo
la cabeza por la ventana, e intento tirar los palés hacia abajo intentando no
hacer ruido, pero misión fallida, unos chocan contra otros y casi hago una onda
expansiva, de todos modos, no podría ir todo tan bien.
Suelto
el bolso encima de la cama, y cierro la ventana de la habitación. Escucho como
mi padre discute con Sindy sobre mí. Ella le dice algo así como que me dé mi
propio espacio que ya no soy una niña, y él le replica que para el siempre seré
su pequeña y que podría haberme pasado cualquier cosa. ¡Genial! Ahora soy la
que provoca las discusiones entre mi padre y mi supuesta madrasta. Te coronas
Beth, te coronas.
Estoy
a punto de deshacerme del uniforme que huele a cerveza que tira para atrás
cuando vuelve a sonar mi móvil, es mi padre. Cojo el teléfono mientras pienso una
buena excusa para decirle que estoy en casa desde las cinco y media.
-¿Si?
—digo mientas intento hacerme la indignada porque mi padre me ha despertado de
una enorme siesta.
-¿Dónde
estás?—dice algo aliviado.
-En
mi cuarto, papá. ¿Dónde voy a estar a estas horas? —digo irónica y río con
picardía.
-Pero…—dice
pensando que decir—yo no te he visto entrar.
-Liam,
tu a estas horas sueles estar siempre a llevar a Alice a sus clases de ballet—digo
segura de mi misma.
-¡Lo
siento! —dice sincero.
-No
pasa nada—río—Ahora, ¿puedo colgar? Me siento estúpida hablando contigo por teléfono
teniéndote a unos pasos—río.
-Sí.
Cuelgo
y suelto el teléfono encima de la cama. Entro al cuarto de baño y me despojo
por fin del asqueroso uniforme. Quedándome en bragas y sujetador salgo al
cuarto a encender la radio, y por suerte suena let it be de los Beatles. Entro al cuarto de baño y enciendo el
grifo del agua caliente, mientras quito los restos de maquillaje de mi cara.
[…]
Mi
padre no está muy seguro de lo que le he contado hace una hora por teléfono, y
sigue insistiendo en que yo a las cinco y media no estaba en casa. Realmente me
está poniendo de los nervios, y se me están quitando las ganas de seguir
cenando. La situación es más incómoda de lo que todos creéis, el pequeño diablo
pelirrojo está sentada enfrente de mí clavándome sus ojos verdes a cada
movimiento que hago con el tenedor, mi hermano Ed me mira desde la otra punta
de la mesa con cara de pocos amigos porque sabe que estoy mintiendo, mi padre
con cara desesperación no para de hacerme preguntas, y Sindy que sabe que he
llegado hace un rato me pone su más sincera sonrisa. ¿Estoy fumada o algo?
Sindy debería ser la mala de todo esto y es justo todo lo contrario.
-¿Y
dónde están tus llaves? —dice mi padre moviendo la sopa de un lado a otro.
-Arriba,
papá—digo seca.
-Es
imposible que hayas llegado a las cinco y media y yo no te haya visto entrar,
Beth—dice en un tono de desesperación. —Cuando yo he llevado a Alice a ballet
eran las seis menos cuarto.
-Sería
un poco más tarde, papá. —Digo pinchando un trozo de filete—¡Yo que sé! —digo
elevando un poco la voz.
-Sindy—dice
mi padre mirando a su mujer que sonríe—¿Tú estabas aquí cuando ha llegado? —dice
mi padre seco y serio.
-Sí,
Liam—sonríe ella—Ha llegado poco después de que tú y Alice salierais—le sonríe de
nuevo—yo la he abierto la puerta porque se ha dejado las llaves dentro de la
taquilla.
-¿Y
por qué mientes Beth?
-¡No
te he mentido!
-Sobre
tus llaves, ¡sí!
-Papá,
es una tontería—digo levantándome de la mesa—Pretendes que todo vaya bien
cuando no pones ni un poco de confianza en mí.
Quitando
mi plato de la mesa y depositándolo en el fregadero, siento cómo hay alguien
por detrás de mí, es Sindy. Con esa sonrisa que consigue ponerme nerviosa. Ella
camina hacia a mí y me hace un gesto para que me siente en un taburete de color
gris que hay al lado de una pequeña mesa en la cocina. Asiento y me siento, no
puedo hacer menos después de me ha cubierto.
-Dale
tiempo, Beth. —dice Sindy colocando los platos.
-No
es nada fácil, Sindy—digo sincera—Él cree que puede estar pendiente de mí cada
dos pasos y no es así, no tengo diez años—reprocho.
-Ya—dice
ella—pero entiende que hace mucho que no sentía que le pertenecieses y ahora,
siente que tiene todo el poder.
-No
manda en mí, o sea sí, porque vivo en su techo, pero no tiene derecho a estar vigilándome.
—digo ahora algo enfadada.
-Tampoco
puedes pretender que confíe en ti cuando le mientes cada dos por tres, Beth.
-Sobre
eso, ¡gracias! —digo mostrándole una sonrisa.
-¿Sabes?
Nunca te había visto sonreír. —dice ella sincera.
-Lo
siento, supongo. No es fácil que te arrebaten tu vida, y que intenten manejártela.
—digo sincerándome con ella—Yo no quiero estar aquí, yo quiero irme a Londres,
con mi madre y mis amigos.
-Te
acabarás acostumbrando, ¡venga! Sube a tu cuarto, mañana toca madrugar.
-¡Hasta
mañana, Sindy!
-Por
cierto, tienes el uniforme limpio en el armario de la habitación de Edward, en
el tuyo no cogía con tanta ropa. —Dice dándome un cálido beso en la mejilla—
Intentaré que esto sea más ameno para ti, Beth. Puedes contar conmigo, siempre.
¡Hasta mañana, guapa! —dice mostrándome una vez más una tierna sonrisa que hace
que me ponga nerviosa.
Salgo
de la cocina pensando en todo lo que acaba de pasar, y no asimilo nada. Se
supone que yo debería adorar a mi padre y odiar a su mujer porque en todas las películas
es la mala, pero aquí es al revés, a veces siento que vivo en un mundo paralelo
a la realidad. Yo debería ser la empollona, y enamorarme de un malote y vivir
un amor imposible, Sindy debería ser la mala y mi padre el buenazo, y Alice
tiene el papel que tiene que tener la hermanastra toca pelotas, algo así como
cenicienta. A veces, siento que mi vida
se desmorona por segundos.
[…]
Me
siento en la cama, y saco el móvil del cajón de las bragas. Entro en WhatsApp y
veo que tengo un montón de mensajes nuevo de números que no tengo guardados. Mi
corazón coge unas doscientas revoluciones por segundo, y después pienso y caigo
en que son los chicos. Río aliviada, y comienzo a guardar números. Cuando estoy
a punto de bloquear el móvil para irme a dormir, ya que mi día además de largo
ha sido raro, una ventana de abre. Es
Chaz.
-¿Cómo va esa resaca?
-Jodidamente, la verdad.
-¿Te acuerdas de todo no?
-Sí, Chaz.
Y pongo un emoticono con la lengua hacia afuera.
-Entonces, supongo que no hace falta que te lo recuerde.
-No, Chaz, no.
Digo poniendo una calara con los mofletes sonrojados. Y ante
mi emoticono el pone una con las manos en la boca en forma de sorpresa. Río
ante la conversación y suspiro. Uno más que te quiere para un quiqui, y si te
he visto no me acuerdo.
-Bueno, mañana nos vemos.
-Sí, Chaz.
-¿Sabes decir otra cosa?
-Idiota.
-¡Hasta mañana, guapa!
-¡Hasta mañana, Chaz!
Y bloqueo el móvil. Le guardo en su sitio, y me arropo hasta
arriba. Poco después, caigo dormida en un plácido sueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario